El país de las maravillas

Esta semana ha sido de locos y con muchos cambios en mi vida.

Siempre he mantenido la teoría que los cambios son buenos y que es para ir a mejor, pero en mi interior más profundo sé que no los soporto y que, aunque el hecho que en una semana me haya planteado:

cambiar de piso; completar el actual (aunque las chicas que tenían que venirse a vivir se hayan largado sin ningún tipo de reparo); echar a la Marga por gilipollas; irme a vivir sola; tener una pelea del copón con la susodicha Marga que me desquició el lunes.

El porqué esa persona que parecía tan interesada en quedar conmigo haya desaparecido del mapa desde el martes;
Coger un segundo trabajo que me joderá los fines de semana, desde el miércoles;
Dar una mala noticia a Teresa el jueves;
Ver un piso ideal en mi barrio pero carísimo, el viernes;
Y hoy es sábado...

Pero también he tenido momentos buenos: ha vuelto a mi vida mi autobusero preferido que me alegra las mañanas (igual que el anuncio de las bolsas de basura. Soy una teleadicta);
Tengo un trabajo nuevo que me va a aportar gente y cosas nuevas a mi vida (y gustos, y sabores, y sobre todo, olores).
Y vuelvo a estudiar, a partir del día 4 (tengo muchas ganas de regresar a las áulas, pero eso también comportará cambios aunque todavía no me lo he planteado en serio);
Y finalmente, tengo un proyecto de comprarme un cochecillo y hacerme un maravilloso tatuaje.

A veces me doy un poco de asco con lo optimista que puedo llegar a ser.