El país de las maravillas

Una de mis compañeras de piso tiene un perro (sí, la loca que destrozó las cortinas del baño); en un principio sólo venía de visita, pero con la tontería el chuchín ya lleva un par de meses pululando por nuestras vidas.
La verdad es que reconozco que me gusta (bueno, me gusta mucho el género animal en general): hace compañía, pide comida continuamente (que luego olvida por cualquier rincón y que yo piso sin darme cuenta) y deja "recuerdos" de vez en cuando por el cuarto de Tere y el comedor. Encantador...

Pero el detalle que encandila a todo el mundo es sin lugar a dudas...su albornoz. Sí, el perro lleva un modelito de color fúcsia con topos grises para que no tenga frío que en uno de mis días de inspiración califiqué de albornoz porqué Sílvia tiene uno muy parecido (a tamaño humano, claro).
Aunque lo más divertido era, en pleno invierno, ver como el animalico salía a pasear acompañado de su ama, con el gorro y la bufanda a conjunto...

"El que teme morir es porqué no ha hecho nada en la vida".

He pasado una de mis épocas de "dejadme en paz, por favor".
No están mal pero me dejan incomunicada del mundo social y paso de llamar por teléfono o de quedar con gente.

Bueno, también es verdad que después lo enlacé con la visita de unos amigos milaneses que hacía mucho que no veía y que me dejaron destrozada con tanto trasnocheo y un atiborramiento (existirá esta palabra en el diccionario?) de comida típica del país...

En esta vida tengo dos prioridades, mis amigos y la familia.
Cuando uno de los dos estamentos me falla me siento perdida, como si me hubieran estafado y con una especie de angustia que supongo que si le diera rienda suelta se convertiría en una buena llorera.
Las últimas horas del domingo deberían desaparecer y quizás esta última semana hubiera sido más alegre.